Parque de Sangre
PARQUE DE SANGRE
El caos en mi mente se calmó. Los gritos cesaron y las imágenes de terror desaparecieron, como si las olvidara en un pestañeo. Había cerrado los ojos para anular la abrumadora pesadilla, y ahora los abría sin despertar. El silencio me tomó por sorpresa, junto con la repentina soledad. Pero nada podía superar el hecho de que el mundo a mi alrededor carecía de color.
Estaba en un parque, en la entrada, para ser específica. Sobre mi cabeza había un arco de cemento blanco con letras inentendibles talladas en el material, probablemente dando la bienvenida con el nombre del pedazo de bosque frente a mí. Los árboles y arbustos parecían perderse entre las bancas, las estructuras y el horizonte; sus hojas y troncos grises, blancos y negros no tenían qué los hicieran únicos. Las flores eran fácilmente confundidas con el resto de las plantas. No había nada de color en el parque, era como si estuviera en una película antigua, silenciosa…y muerta.
Comencé a caminar por el sendero de cemento bajos mis pies, blanco como las sillas y las farolas sin luces. No había ruido que hacer o escuchar. Mientras avanzaba lograba descubrir una que otra estructura entre los árboles. El parque parecía estar lleno de pedazos de edificios antiguos; de repente vi una columna o una pared en el espacio, pero todas las piezas estaban esparcidas y destruidas o desgastadas por el tiempo. A parte de los árboles y de estos indicios de civilizaciones pasadas, no alcanzaba a ver nada más a mi alrededor. Era como si el parque existiera en un mundo donde todo había sido abandonado por la humanidad, tan olvidado que hasta el color se había ido. En las bancas y zonas de juego no había nadie que las utilizara, y si me quedaba observando podía encontrar uno que otro objeto hecho por mano humana, como un juguete o un bastón.
Seguí caminando, lentamente, hasta que llegué a un punto en el que el sendero se unía a una especie de pasarela alargada. Aparentemente dividido en dos, un camino que consistía en cemento blanco y gris, arbustos y árboles pequeños acomodados en un patrón de cuadrados y jardineras de rosas blancas se extendía hasta topar con un pequeño castillo blanco. Digo “divido en dos” porque, los arbustos que adornaban el centro del camino estaban partidos por la mitad, pero no literalmente, sino por su color. La mitad por la que yo había llegado seguía en blanco y negro, pero la otra mitad del arbusto era de un color rojo sangre. Todas las plantas que se encontraban de la mitad del camino al extremo izquierdo lucían hojas y troncos bañados en sangre oscura que aún goteaba sobre el suelo blanco. Las estructuras en esa zona del parque también tenían sangre salpicada en ellas, pero de manera tan sutil que me sorprendió que lo pude notar para empezar.
Ahí es donde te vi, Noah. Llegaste al camino de la misma forma, pero acabaste en el lado opuesto al mío. Te veías más relajado que yo; caminabas casualmente y observabas la flora ensangrentada con poca modificación en tu rostro. Traías puesta tu misma ropa de siempre, tu cabello dorado parecía brillar con la palidez del espacio y tu chamarra roja te hacía pertenecer perfectamente al entorno en el que te encontrabas.
Mientras tú avanzabas yo intentaba seguir tus pasos a la perfección, como si tuviéramos un espejo dividiéndonos a la mitad del camino; tu lado rojo y el mío blanco y negro. Yo te veía a ti, pero parecía que tú no podías verme. Y, sin embargo, sabías que estaba ahí contigo. Murmurabas cosas al caminar, tus palabras iban a alcanzarme como si me aconsejaras en susurros. Palabras como “cortar” y “dejar” eran pronunciadas por tus labios. De repente caminaste hacia el centro y estudiaste un arbusto cuidadosamente. Cuando hiciste esto se me ocurrió revisar si llevabas algo contigo, y descubrí un par de tijeras en tu mano derecha. Una herramienta familiar, tal vez demasiado. Las sostenías con firmeza y puño cerrado firmemente. No hicimos contacto visual, pero por tus ojos supe que habías notado mi descubrimiento.
Pasamos unos momentos en completo silencio, tú mirabas hacia adelante por donde llevaba el camino, y yo trataba de encontrar tus ojos oscuros.
Me diste la espalda y te alejaste del espejo. Imité tus movimientos sin dejar de verte. Te moviste en dirección a un árbol chaparro y te detuviste frente a él, y yo hice lo mismo de mi lado.
“A este le vendría bien un corte” comenzaste a decir a la planta, “para que quede perfecto”. Tus palabras no parecían cargar con ningún impacto; examiné el arbusto frente a ti y descubrí que ya había sido podado de forma esférica, con una delicadeza perfecta. No había hojas sobresaliendo ni huecos en la estructura del arreglo. Sin embargo, estiraste el brazo lenta y directamente hacia el centro de la esfera de hojas rojas, y cortaste una sola vez. Unas cuantas hojas y ramitas cayeron en la jardinera, emitiendo un débil sonido y desapareciendo entre la tierra oscura. No te inmutaste, sólo mantuviste tus ojos donde habías cometido la acción sin sentido. Tu expresión vacía comenzó a despertarme preocupación por un momento. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda.
Luego dejaste caer las tijeras. Chocaron con el tronco del árbol antes de llegar al suelo, y ese ruido parecía hacer eco en el parque. No te voy a mentir a Noah, pero creo que nunca me había preocupado tanto en un sueño. Y aún así, tenías que continuar con las sorpresas, porque lo que hiciste después quedaría grabado en mi memoria por toda la eternidad.
“Estrella…” alcancé a escucharte decir, estabas susurrando entre tus respiraciones irregulares. Ya me había alejado del árbol en mi lado del espejo y me acercaba a ti muy cautelosamente. Pero no volteaste tu mirada, al contrario, persististe en observar la sangre en las hojas. El brazo que había sostenido las tijeras seguía donde lo habías dejado. Tu mano derecha giró entre las hojas, volteaste tu palma hacia el cielo y, con algo que solo puedo nombrar delicadeza, empezaste a acariciar y pasar tus dedos por las hojas ensangrentadas, pintando tu mano de un rojo oscuro. Tu expresión cambió sólo un poco, y de neutral pasé a verte concentrado. Cuando tu mano ya escurría sangre, la retiraste de entre las ramas del arbusto y la sacaste para dirigirla a tu pecho. A este punto yo ya había cruzado a tu lado y me encontraba a tan solo dos pasos frente a ti. Pero tu expresión cambió antes de que pudiera dar otro paso. Tus ojos finalmente se encontraron con los míos, y había una chispa en tu mirada, aunque no pude identificar exactamente qué era.
Y no me diste tiempo de leer tu rostro o de pensar en cualquier otra cosa porque en un abrir y cerrar de ojos abriste tu chamarra con la mano izquierda y, con calculada lentitud colocaste tu palma derecha, llena de sangre, sobre tu pecho. Y mi incredulidad aumentó cuando tu mano pintó tu pecho del mismo rojo que las plantas a nuestro alrededor, un rojo intenso y apagado, vivo y muerto a la vez.
Sin palabras que salieran de mi boca y completamente paralizada frente a ti, te observé bajar la mirada y revisar tu mano. Ya no estaba tan roja y no había sangre que pudiera gotear de entre tus dedos. Parecías satisfecho, y alzar la mirada una vez más, extendiste tu mano derecha hacia mí. Y por fin logré identificar ese brillo en tus ojos. Había tristeza en ti, Noah. Pero no esperaste respuesta. Tu brazo estuvo extendido hacia mí por tan sólo un corto momento. Bajaste la mano, alejaste tu mirada y me diste la espalda, caminando con paso constante lejos de mí.
No pude moverme al principio. Soy incapaz de describir el estado de mi mente y pensamientos en ese momento. Creo que sólo puedo asegurarte de que jamás había sentido una necesidad tan enorme por seguirte, pero mis piernas no se movieron hasta que desapareciste de mi vista. No empecé a correr de inmediato, el miedo permanecía en mi interior con tan sólo una pequeña señal, que decidí no ignorar. Me has formado cautelosa, pensativa y reservada. Me has formado con delicadeza y brutalidad, mi querido hermano.
Mirando con atención a mi alrededor, recorrí el camino por el que te vi desaparecer. Mis ojos abiertos y pasos cautelosos pasaban por los blancos, negros y grises del parque abandonado y destruido. La sangre en las plantas amenazaba con gobernar el espacio, pero traté de ignorarlo lo mejor que pude.
No tardé mucho en toparme con una estructura de concreto. Las paredes altas y la forma irregular del edificio me hicieron pensar instintivamente que se trataba de un museo. Carecía de ventanas y de vez en cuando se podía notar fierros de metal sobresaliendo de los extremos del edificio, dando una mirada de abandono, descuido y tristeza, como si su creador lo hubiera dejado atrás sin intención de darle un final feliz. Debo admitir, que es uno de los edificios más tristes que he visto en mis sueños, y uno que nunca había visto antes.
Caminé al interior del museo gris. No había puerta, sólo pasé entre las paredes sin terminar, y el césped del parque desapareció bajo más concreto grisáceo y deprimente. Pero lo que hallé dentro robó toda mi atención, tanto que hasta olvidé por un segundo que te estaba buscando, Noah. Frente a mí se alzaba una escultura de un tamaño que me es difícil calcular a simple vista, además de que parecía estar suspendida en el aire sin nada que la sostuviera, ningún cable ni palo de metal. Era una obra hecha a mano; las huellas dactilares del artista y las heridas causadas por herramientas eran visibles en lo que asumí era bronce, uno muy oscuro y aparentemente dañado. Este era un animal marino que flotaba en el aire y parecía haber sido mutilado mientras nadaba en el inexistente océano. Lo interpreté como un tiburón blanco debido a su tamaño, forma e impresionante mandíbula, que mostraba todas las filas de dientes aterradores por los que la especie es reconocida. Con la enorme boca abierta y ojos que expresaban agonía, el tiburón parecía gritar por sus aletas, que habían sido brutalmente separadas del resto de su cuerpo y que ahora flotaban no muy lejos de él, en ángulos inalcanzables e incomprensibles hasta para mí. Pero lo que terminó por enviar un escalofrío de terror por mi espalda, fue lo que estaba dentro del animal marino. Discretamente sobresaliendo del interior de la boca del tiburón, logré descubrir una cabeza humana, también hecha de bronce. Y esta cabeza de mujer devorada por la bestia tenía la expresión de dolor, desesperación, desesperanza y odio más devastadora que había visto en mi vida. No logro comprender como todas las cosas que acabo de nombrar toman lugar en una sola expresión, pero sentí como eran transmitidas a mí con una claridad aterradora. Las sentí todas Noah, al mismo tiempo.
Las lágrimas escaparon de mis ojos antes de que pudiera pensar en otra cosa, y mientras me alejaba con pasos torpes de la escultura, noté las piernas y brazos de la mujer, cada miembro flotando junto a cada una de las aletas de tiburón. Es como si hubieran mutilado a los dos seres al mismo tiempo y con la misma intención de hacerlos sufrir, de abandonarlos y dejarlos simplemente…flotando. Un sufrimiento eterno en un lugar eternamente triste, vacío de color y vida. Y todo para nombrar esta obra como “Humanidad” . La placa de metal oscuro con letras y adornos de bronce colgaba de la pared detrás del animal y la mujer en su interior. Era un título extraño, pero no lo cuestioné, por alguna razón…parecía apropiado.
Me tambalee hacia atrás, lejos de la obra de bronce, como si mi miedo hubiera crecido repentinamente y amenazara con controlarme y tumbarme al suelo. Pero antes de que pudiera caer mi espalda se topó con algo que me detuvo en seco. Me congelé en donde estaba, demasiado asustada como para mirar qué o quién estaba detrás de mí. Sólo me encogí y lloré en silencio, de repente deseando por un despertar. Pero la mano que se posó en mi hombro izquierdo me indicó que el final aún estaba lejos. Dejé de respirar.
“¿Estrellita…?” exhalé bruscamente al reconocer tu voz, la cual sonaba nuevamente como la primera vez que te vi. El alivio llenó mi pecho de calidez y relajé los hombros mientras me daba la vuelta para encontrarme contigo. Levanté la vista y me encontré con tus ojos marrones, que brillaban con clara preocupación. Tu mano izquierda quedó en el aire cuando soltó mi hombro, y no pude evitar buscar tu derecha, preguntándome si aún estaba manchada en sangre escarlata. Me descubriste en mi inspección y seguiste mi mirada.
“No te-…no te preocupes, Estrellita” me dijiste suavemente como tu expresión. Tus ojos parecían llenarse de lágrimas. Tus palabras me hicieron llorar aún más, no por el miedo, sino porque el tenerte presente intentando reconfortarme una vez más me llenaba de impotencia. Sentir tu calor y tu corazón calmándome después de tantos años sólo me hace pensar: “¿y qué haré al despertar?”. Olvido la sangre y te abrazo con todas mis fuerzas, mi cuerpo deseando comprobar que el tuyo es igual de real. Siento tu mano acariciando mi cabello y tu respiración junto a mi oreja. Te escucho preocupado y triste, hermano.
“Estrella…” aclaras tu voz y respiras, “siento que te alejas una vez más” tu tono se rompió al final, y trataste de ocultarlo en vano. Odio llorar cuando sueño, simplemente siento que no puedo respirar y eso muchas veces me hace despertar. No quiero despertar. Trato de controlar mi respiración y concentrarme en lo que me dices. Mi mente me ataca con todo tipo de pensamientos y de repente no puedo detenerla.
Estás mejorando. ¿A quién engañas? ¿Cuánto más aguantarás escondiéndote? Sigues huyendo de todo. ¿Qué sueño sigue por renunciar? No estás bien, deja de decir que estás bien. Ya lo olvidaste todo, a todos, olvidaste a quienes te salvaron. ¿Por qué te juntas con esa gente? Nadie te necesita. Puedes desaparecer, y nadie se dará cuenta. Los ves todos los días, ¿qué tienen de especial? ¿Qué tienes TÚ de especial? Tu casa es una pesadilla. Nadie te entiende. Estás sola.
Estrella.
Existe. Sigues aquí. Continua…
Puedes existir.
Isaak.
Busqué tus ojos y comencé a respirar aceleradamente.
“¿Estrella?” ahora sonaste alarmado. Debieron ser mis ojos. Siempre son mis ojos los que me delatan. “¡Estrella! Respira, por favor respira” te arrodillas y me sostienes en tus brazos, apoyando mi cabeza en tu pecho y abrazándome con fuerza.
Y ahí es cuando lo escucho.
Tu corazón.
De verdad estás aquí.
Nunca en la vida te había sentido tan presente, Noah. No desde la primera vez que te vi y la noche que conocimos a Isaak. Después de tanto tiempo, y aún puedo sentirte presente. Aún puedo escuchar tu corazón.
“Aquí estoy, mi niña” susurras con suavidad. De nuevo parece que lees mis pensamientos, "y nunca me apartaré de tu lado. ¿Recuerdas? Somos tú y yo, hasta el final" encontré tus ojos de nuevo. Me permití relajarme contra tu pecho ensangrentado y sentí tus lágrimas caer sobre mi rostro y desaparecer.
Cerré los ojos.
Y cuando los abrí.
Ya no estabas.
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Este sueño tomó lugar en octubre del 2023. Lo estuve recordando por un par de meses hasta que decidí sentarme a escribirlo. El sueño había comenzado con una pesadilla muy extraña, sobre mis compañeros de clase siendo poseídos por demonios que los obligaban a matarse entre ellos. Mi práctica y "dominio" de los sueños lúcidos me permitió interrumpir la pesadilla, pero la serie de imágenes y acontecimientos sucedieron fuera de mi "control".
Ya es 2025 y aún lo puedo recordar con bastante claridad. Noah es un personaje que lleva apareciendo en mis sueños desde que tengo once vez años, siempre presente y emanando una energía de protección, sabiduría y rebeldía; El hermano mayor que nunca tuve.
Hay más como él, y tal vez los conocerán.
Quería compartir este sueño con el resto del mundo. Sería mi tercera vez sacándolo de mi carpeta de archivos y me encantaría compartirlo junto con el mensaje de que deberíamos de contar nuestros sueños; todos soñamos y podemos ayudarnos a interpretarlos al sacarlos al mundo exterior.
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